UNAS CUANTAS COPAS DE VINO

20.05.2011 14:40

Por Alex Mauricio Rodríguez

Dejé a un lado a mis amigos y comencé a caminar sin rumbo observando el fastuoso paisaje a mi rededor, frondosos arboles y dulces melodías me habían hechizado. Sin darme cuenta me aleje demasiado, fue entonces cuando la desesperación entraba en mí al ver que no encontraba el sendero de regreso. Camine por un largo tiempo, el cansancio comenzó a notarse. Una pequeña bestia salió entre los arbustos, corrí hasta tropezarme para luego empezar a rodar colina abajo, rocas y ramas laceraron mi frágil cuerpo. Caí en un caudaloso rio que con gran insistencia quiso arrástrame, para evitar que la corriente me llevara me sujete fuertemente a una roca que allí yacía, aun lastimada saque fuerzas para subirme sobre ella y tenderme por un momento. Me senté, puse los pies en el agua y levante la mirada; vi el atardecer más romántico que hayan visto mis ojos...
Rojos y naranjas pintaron el cielo, el poema más lindo se ruborizaría a su lado. Comencé a pensar, me vi sola no había nadie a mi lado con quien compartir ese instante tan bello, dos lágrimas recorrieron mis mejillas. Mire al horizonte y vi venir un hombre río arriba en una pequeña balsa, su borrosa figura dejaba ver una extravagante camisa azul que ceñía su cuerpo.

La vi sentada temblando de frio sobre la soledad de una piedra. Era tanta la tristeza de aquella muchacha, que de enseguida me acerque a ella. Bajé de la balsa para preguntar que sucedía y como podría ayudarle, pero antes de que pudiese mencionar palabra alguna, cayó desmayada en mis brazos, la sostuve con fuerza para evitar que el suelo le hiciese daño a tan delicado cuerpo. Con cuidado retiré bellos rizos que cubrían su dulce rostro. El tiempo se detuvo, ver tanta belleza en una mujer me había pasmado.

Desperté preocupada sin saber donde estaba, no veía a mis amigos por ninguna parte. Empecé a recordar la tenue figura de un hombre antes de desmayarme, tal vez solo deliraba y lo había imaginado, en tal caso no estaba segura. Me detuve un momento para observar lo que me rodeaba... ¡todo era tan extraño!, asustada llame a gritos a mis amigos esperando que atendieran pronto a mi llamado. Cuando entró una anciana de vestimenta muy extraña, traía en sus manos lo que parecía ser alimentos para mí, inmediatamente intenté preguntarle por ellos, donde estaban y yo como había llegado a ese lugar, pero no conseguí respuesta alguna. Salí acelerada de donde me encontraba y caí en cuenta, estaba en una tribu indígena. Mis intentos de hablar con las personas que me miraban con ojos inquietos, fueron fallidos: nadie logró entenderme y yo tampoco a ellos. La anciana que anteriormente se acercó para brindarme alimento, insiste nuevamente para que coma algo, al ver que no podía hacer nada más, acepte, esperando que apareciese un rostro conocido y me contara lo ocurrido. Me senté sobre un tronco de madera que allí reposaba e intente comer. Sin embargo, no probé bocado, muchas dudas no dejaron tranquila mi mente en ese momento. Luego de un rato varios niños se acercaron a mi expresándome que querían que hermanara con su juego, tenían una gran sonrisa en sus rostro, no había forma de negarme, como decir no a tanta ternura. Me paré y con afición intente unirme a su diversión, por un momento olvidé mis preocupaciones. No sabia donde estaban mis amigos, si me buscaban ya deberían estar preocupados, pero en ese instante no me importo.

Un pescador de la aldea llamado Kitsu corrió a decirme que la joven había despertado, le dije que me llevara donde se encontraba. Lo seguí y casi llegando logre ver desde la lejanía su dulce rostro, otra vez mi corazón empezó a latir fuertemente, dejé de caminar. La belleza emanaba de ella mientras jugaba con los niños de la aldea. Una sonrisa llenaba su rostro sin importar que no supiese donde estaba. Kitsu me saca de mi ensoñación, preguntándome que tanto miraba y por que estaba rojo, sintiéndome apenado con su inquietud, no hice caso y continúe el camino que me llevaba hacia ella.

Vi de nuevo aquel hombre de camisa azul, se estaba acercando a mi, no se el porque mis manos comenzaron a sudar y temblar con cada paso que daba, más no era miedo... era como si al verlo a los ojos su mirada me hubiera enajenado.
-Hola, ¿cómo estás? ¿Te sientes bien? –preguntó mirándome.
-Sí... ¿dónde estoy? ¿Qué hago acá? ¿Quién eres tu?- pregunté, nerviosa.
-Tranquilízate un poco. Me llamo William Mantía, soy sociólogo y estudio las costumbres de la tribu Karihona.
-Y yo, ¿qué hago acá?
-Te encontré en el río y te desmayaste... Te traje aquí mientras te recuperas.
Me miró con intensidad. De repente, recordé vagamente mis preocupaciones.
-¡Mis amigos! ¿Sabes dónde están? –exclamé.
-No, te encontré sola. Más no te preocupes, en mi tienda tengo un radio con el cual podrás comunicarte e informar que estás bien. –Miró a lo lejos por un momento y volvió sus ojos a los míos. -Debemos darnos prisa, está anocheciendo... ¡Acompáñame!
Mientras lo seguía pensaba que tenía mucha suerte de que fuera aquel caballero el me hubiese encontrado.
-Hemos llegado, sigue, toma asiento mientras te anuncio. -Esperé mientras la conexión estuviera completa. -listo ya puedes comunicarte. Me retiré y dejé que hablara con tranquilidad, al escuchar su voz me extasié con sus palabras, no podía dejar de escucharla... como si su voz hiciera ecos en mi mente. Escuche un grito con mi nombre y tuve que irme.
Logre comunicarme con el pueblo mas cercano al lugar donde estaba quedándome con mis amigos, tal parecía que mi suerte había cambiado, justo en ese momentos ellos preguntaban por mi. Hable con Daniel mi mejor amigo me dijo que al otro día irían a recogerme. La felicidad me invadía, pero me di cuenta que tendría que dejar aquel hombre que me había cautivado. Entonces caminé hacia la tienda de mi despertar. Había anochecido. Antes de lograr entrar, William me hizo señas pidiendo que lo siguiera, sin saber a donde me llevaría fui con él caminando en silencio...
Se detuvo y me miró manifestándome que ya casi llegábamos. Escuchaba el gorgoteo del agua y mas adelante la vi, allí estaba, una majestuosa cascada adornada por el cielo lleno de estrellas brillantes como nunca antes había visto, miles de lucecitas nos rodeaban, pequeños astros voladores llenaban de magia aquel lugar. Eran luciérnagas aderezando aun mas esa noche, me mantuve en silencio admirando aquel paisaje, voltee el rostro y el me estaba mirando. Acerco lentamente sus labios a lo míos, en un principio pensé en rechazarlo pero me di cuenta que yo también lo deseaba. Nos besamos, fue un beso apasionado, fue tan excitante que no pudimos detenernos, sus labios se fundieron con los míos, tiernas caricias rodeaban mi cuerpo, caímos sobre el pasto, sin soltarnos continuamos uniéndonos cada vez más, esa noche no parecía acabar nunca, los minutos parecían horas, y en un momento me sentí parte de las estrellas que nos acompañaban. No me di cuenta cuando me quede dormida contemplando esa mágica noche.
No quería despertar, abrí los ojos y me di cuenta que me encontraba sola, sola como desde hace mucho tiempo, durmiendo en el sofá de la sala de mi casa, una casa llena de tristezas. En frente una botella; me lo dijo todo, solo fue un sueño producto de unas cuantas copas de vino.